Te lanzaste a la inversión.
Con toda la ilusión del mundo compraste unas acciones.
Quizá incluso anotaste la razón para comprarlas en algún sitio, con argumentos llenos de lógica, datos que parecían sólidos y predicciones razonables.
Pero el tiempo pasa...
El mercado se mueve (a veces para arriba, otras para abajo) y cuando miras atrás, te encuentras armando un relato totalmente diferente para explicar los resultados.
Este fenómeno tiene un nombre: el sesgo de retrospectiva.
El sesgo de retrospectiva, o hindsight bias, es nuestra habilidad de recordar los eventos de una forma que les da más sentido (para nosotros, claro).
En otras palabras, es cuando pensamos que nuestros éxitos fueron obvios desde el principio y nuestros errores… bueno, que esos eran inevitables o culpa de las “circunstancias”.
Por ejemplo, si compraste una acción y subió, seguro que crees que fue tu análisis perfecto el que hizo que eso sucediera. Pero si bajó, seguro que recuerdas que “hubo factores externos” que no podías prever.
Es nuestro cerebro contando una historia que suena bien.
Porque, a fin de cuentas, nos encanta sentir que tenemos el control.
Es sencillo: te hace sentir bien.
Nos da paz pensar que nuestras decisiones son lógicas y que los errores fueron “excepciones” que nadie podría haber evitado.
Así, con cada inversión, construimos una narrativa coherente, que nos hace ver como unos genios en potencia… aunque sea solo en retrospectiva.
De hecho, la psicóloga Barbara A. Spellman encontró en sus investigaciones que, cuando miramos atrás, solemos recordar nuestras decisiones de inversión como si hubieran sido más razonadas y racionales de lo que en realidad fueron.
El relato que nos contamos tiene un inconveniente: si nos lo creemos demasiado, terminamos confiando en que sabemos “la fórmula mágica” para ganar en el mercado.
Y el mercado… bueno, él tiene su propio sentido del humor.
Justo cuando crees que tienes las respuestas, te cambia las preguntas.
Si nos apegamos demasiado a ese relato, corremos el riesgo de ser demasiado confiados y olvidar los errores que cometimos.
Y ya sabes lo que eso significa: estamos a un paso de tomar decisiones arriesgadas.
Si quieres evitar caer en esta trampa, aquí van algunos trucos:
Documenta tus razones (de verdad): Anota tus motivos para comprar o vender una acción sin adornos. Luego, cuando el tiempo haya pasado, vuelve y léelo, así podrás comparar lo que pensabas al inicio con lo que te dices después.
Reconoce que el azar existe: No todas las buenas inversiones son solo habilidad. La suerte también juega su parte, y aceptarlo te hará un inversor más realista.
Analiza sin drama: Si una inversión sale mal, no conviertas la historia en una tragedia épica. Sé honesto con los errores, aprende y sigue adelante.
Así que, la próxima vez que recuerdes tus éxitos y fracasos en la bolsa, pregúntate:
¿Estoy viendo lo que realmente pasó o lo que me gustaría que hubiera pasado?
Porque el relato que nos contamos tiene un poder increíble.
Pero si lo dejamos sin control, puede convertirse en una historia que nos haga tropezar dos veces con la misma piedra.